Uno de los errores más fundamentales que cometemos, o que comete un ser humano, es defenderse de los ataques en nuestra contra. En este hecho se fundamenta toda nuestra sociedad, y todo lo que nuestra sociedad contiene: sus leyes, sus creencias, su cultura, sus armamentos, sus éticas, sus códigos y hasta sus religiones. Y esta creencia de que nosotros podemos defendernos contra ataques implica dos tipos de ilusiones: uno es que realmente creemos que podemos ser atacados y el otro de que nosotros podemos defendernos de esos ataques.
La primera ilusión tiene su raíz en la creencia de que nosotros podemos ser atacados, que somos seres transitorios, que somos seres cambiantes, cuando precisamente lo contrario es la verdad. El ser interior, nuestra esencia, es eterna, existe más allá del espacio y tiempo, no está sujeta a ninguno de los vaivenes de esta vida terrenal.
Entonces, que es lo que creemos que puede ser atacado? Será el cuerpo? Pero este concepto también representa una ilusión por varias razones. Nuestro ser interno habita un cuerpo, y ese cuerpo es el instrumento a través del cual nos manifestamos, pero jamás podemos confundir ese instrumento con lo que es nuestra esencia. El único valor que tiene el cuerpo es ese que nosotros le damos. En si, el cuerpo no tiene un valor propio sino es una herramienta que nosotros manipulamos, nosotros utilizamos, nosotros controlamos, para poder expresarnos aquí en la tierra.
Si la mente es lo que controla el cuerpo, y el ser interno nuestro es lo que controla la mente, entonces si el ser es sano, el cuerpo será sano. Ninguno de los dos podrá ser atacado porque el cuerpo en sí no tiene vida propia, sino la que nosotros le asignamos, y nuestra esencia es eterna e inmortal.
La segunda ilusión viene de la creencia de que nosotros podemos defendernos ante un ataque externo (que es la primera ilusión). La defensa implica que nosotros creemos toda una serie de mecanismos en contra de lo que pueden venir desde fuera. Pero esos mecanismos no pueden proteger eso que no tiene que ser protegido. En sí, lo que más hacen esas defensas es crear más obstáculos para el flujo libre, sano y armonioso de esa energía viviente interna que poseemos. Las defensas oscurecen y nublan la realidad y mientras más defensas tenemos, más perdidos estamos, y mas encogida y escondida es nuestra esencia. Las defensas no son mas que una expresión del miedo, y el miedo trastorna todo lo que uno es. El miedo es el producto del pasado que condiciona el presente y se proyecta hacia el futuro, predeterminando actividades y acontecimientos por venir.
En sí, el hecho de defendernos contra una agresión percibida es escondernos aún más creyendo que esa es la forma de poder controlar nuestras vidas cuando precisamente lo que uno está haciendo es oscureciéndonos más. El defendernos es dejarnos manipular. Dejar que nos convirtamos en el producto de nuestros miedos, de nuestra ansiedad, de nuestras tensiones, de todo eso que nos puede ir convirtiendo en seres que realmente no somos.
Mientras más nos defendemos más difícil es que brille nuestro verdadero ser y menos palpamos la vida como es. Lo único que realmente existe es el presente, el ahora. Y en este momento existe todo lo que necesitamos para vivir. Toda la sabiduría del Absoluto, del Eterno, del Universal existe en este momento y defender a uno mismo es bloquear esa espontaneidad, ese vivir del momento presente. En vez de defendernos tenemos que abrirnos, no alterar, no modificar, no cambiar lo que somos en base a preconcepciones basadas en el miedo sino vivir el momento y dejar que fluya a través de nosotros esa sabiduría que está ahí para nosotros recibir esa información sobre el desarrollo no solamente de nosotros como seres humanos, sino también del reino humano, del planeta y del cosmos.
Ese ser que uno cree que necesita protección y defensa realmente no existe. El cuerpo sin valor, en términos de que no es el ser, no necesita defensa, solamente necesita ser percibido como algo aparte de nosotros, que es un instrumento sagrado del Alma, que tiene que ser mantenido sano, saludable a través del cual podemos operar y expresar nuestra divinidad, hasta que cumpla con su función.