A veces la vida parece como la rotonda de la 27 de Febrero con Máximo Gómez. El tránsito es tan espeso y continuo que es casi imposible salir de la rotonda una vez que uno se mete en ella. Manejando, uno se encuentra con toda clase de personas, algunos cautelosos y decentes pero otros agresivos, imprudentes y hasta necios. Acercándonos a un jebito en un BMW, este se mete delante y no nos deja rebasar convirtiendo la situación en un juego pesado, el contra uno. Luego de safarse de el, nos encontramos con el carro público destartalado echando humo que casi ciega e impide nuestra visión y, POW, de repente se vira y te da un golpecito en el carro. Después está el motorista que mira a uno con celo porque el otro anda montado y ellos tienen que arriesgar todo a la brava, totalmente desprotegidos. Allí viene el que está en la jipeta nueva que nos mira de arriba pa’ bajo sabiendo que tu tienes un modelo mas viejo y el está al día y se cree hijo de Dios. Ah, mira, tiene una pistola! Déjame alejarme de el. De repente, todo se detiene, allí viene algún militar gordo con su arrogancia de costumbre y uno tiene que echarse a un lado. Es todo un desfile, con sirenas, ametralladoras, policías nerviosos, casi una escena de Macondo.
Todo esto y mucho mas, mucho mas. Uno vive en una rotonda constante. Nos encontramos con toda clase de vehículos, personas, situaciones, velocidades, conflictos, sufrimientos y todo lo demás. Pero allí estamos, dando vueltas, metidos en el juego del ego, avanzando, retrocediendo, cambiando de carriles, etc. Todo una pesadilla.
Mientras duremos en la rotonda nuestra visión siempre será empañada y parcial. Solamente vemos lo que está inmediatamente alante y atrás, como si tuviéramos anteojeras. El mundo se convierte en una rotonda y creemos que eso es todo lo que existe. No hay nada mas. Bailando ese movimiento constante, si no me protejo me caen encima y, por tanto, tengo que defenderme realizando ataques estratégicos a las agresiones percibidas.
Y así, la pasamos. Esa es nuestra vida, monótona, un callejón sin salida, o, mejor dicho, un círculo vicioso. El reto es liberarnos de la rotonda, dejar atrás esos juegos infantiles, ampliar nuestra visión de la realidad, despertarnos a una vida mas llena, mas satisfactoria y mucho mas equilibrada. No hay nada que nos obliga a mantenernos en la rotonda, nada que no sea nuestra propia ignorancia y, claro está, el miedo del desconocido. El hecho de que el mundo siempre se ha quedado dentro de este círculo vicioso no es excusa de que todos tenemos que hacer lo mismo. Al salir y mirar hacia atrás la vista de la rotonda es sorprendente por la locura que uno ve. La decisión es clara, no debemos temer el cambio que implica dar ese paso. Lo que nos espera no se compara con el sufrimiento y desorientación en que actualmente estamos inmersos. Es sobrevivir versus vivir.