En un mundo con recursos obviamente limitados, finitos y en franca disminución y deterioro, es de mucha preocupación que nuestros expertos económicos todavía midan el progreso y bienestar en términos de un aumento constante del producto bruto interno (PBI), recomendando a la vez más y más fabricación, más y más exportación, más y más consumo y así sucesivamente.
Parece que no se dan cuenta (por numerosas razones) que una sociedad consumista (como la nuestra) eventualmente es autodestructiva, ya que el planeta no puede suministrar eternamente los recursos que se requieran para sostenerla. En sí, estamos aproximando los límites físicos en cuanto a la explotación de los recursos minerales y no minerales, fuentes de agua potable, tierra cultivable y espacio habitable, siendo esta situación agravada por una explosión poblacional descontrolada, cuyas exigencias y demandas antojadizas sobre la biosfera parecen no tener fin.
El modelo de crecimiento económico de los países industrializados es una bomba de tiempo, ya que tarde o temprano serán sujetos a una serie de crisis sin precedentes. Un buen ejemplo es el caso de los Estados Unidos, que aunque poseen solamente el 5.6% de la población del planeta, consume el 35% de sus recursos y produce el 50% de los desperdicios inorgánicos. Obviamente este modelo no puede ser repetible en el resto del mundo.
Nuestra civilización como hoy existe y sus valores necesariamente tendrán de cambiar. Es imprescindible buscar y encontrar nuevos sistemas socioeconómicos que nos permitan elevar el nivel de vida del reino humano, pero al mismo tiempo respetar los derechos de los demás reinados, o sea, mineral, vegetal y animal. Tenemos que enfatizar el aspecto cualitativo de la vida y no únicamente el cuantitativo. En este sentido sería importante desarrollar un índice que mida la calidad de vida para sustituir el del PBI.
Los valores principales del nuevo modelo económico tienen que ser de conservación, renovación y redistribución.
Conservación porque es necesario cuidar lo poco que nuestro planeta posee, desperdiciando nada. Renovación porque debemos prolongar y extender la vida útil de todo lo que producimos. Redistribución, porque la tierra tiene todas las riquezas que el hombre necesita para vivir vidas sanas, cómodas y balanceadas. El problema es que estas riquezas están en manos de pocos. En verdad, no es necesario seguir aumentando el PBI planetario, sino redistribuirlo.
Pero lo primero que hay que hacer es admitir que tenemos que cambiar. Es cierto que una transformación de cualquier índole siempre conlleva un proceso de sufrimiento, pero eso es una precondición del renacimiento, como es un parto. Sí actuamos con rapidez el proceso no será tan doloroso, pero en la medida que va pasando el tiempo y no tomamos las decisiones necesarias, más fea y desagradable puede resultar esta transición histórica. El problema es que el ser humano muchas veces cambia únicamente como consecuencia de una crisis y siempre resistimos hasta el último momento posible.
En resumen, no es el fin del mundo (aunque sí del modelo de vida que conocemos hoy), sino es un momento de una transformación monumental que nos provee de una oportunidad de crear una sociedad más justa, más humana y más armoniosa.