Sin lugar a dudas estamos viviendo en una época traumática, un período caracterizado por tremendas tensiones y ansiedades tales como el mundo probablemente nunca había visto antes. A nivel planetario esto es evidenciado por una serie de eventos tales como la explosión demográfica, la devastación y degradación de la biosfera, la crisis económica mundial, la carrera armamentista incontrolable, la desigualdad social, el desarrollo anárquico científico, la confrontación este-oeste y la brecha norte-sur.
Al mismo tiempo sufrimos por la falta de un liderazgo moral y visionario y además de instituciones que realmente respondan a las necesidades cambiantes de una sociedad en crisis. Podríamos decir con certeza que nosotros, como raza humana, estamos a la deriva sin orientación.
A nivel local, la situación en la República es un reflejo de lo que sucede en el mundo con sus particularidades, pero igualmente serio. Una gran mayoría de la población no goza de los servicios mínimos de agua potable, educación, vivienda, salud, alimentación y otros, mientras que con la minoría privilegiada se evidencia un consumismo incontrolable. En el campo existe una injusta estructura de propiedad y explotación de la tierra, que al ofrecer pocas perspectivas a la población rural, se ve obligada a emigrar a los centros urbanos donde, desafortunadamente, los problemas son tan graves o peores. Los barrios marginados son caracterizados por un deterioro creciente en la calidad de vida: poco trabajo, inseguridad, hacinamiento y otros factores que cuestionan todas las normas humanamente aceptables. Como consecuencia, la mayoría no está viviendo, sino sobreviviendo, y parece que las cosas empeorarán.
La pregunta inmediata es obvia: Por qué? Qué es lo que ha sucedido que ha causado esta situación y qué es lo que podemos hacer para resolverla?
En gran medida nosotros mismos somos culpables y parece que nuestras acciones, en vez de aliviar los problemas, los agrava.
Nuestras actitudes hacia nosotros mismos, hacia otros y hacia la vida en general son basadas en una falta de respeto, en egoísmo y en el miedo que se traducen en acciones a todos los niveles: personales, interpersonales, grupales y de la sociedad. Estas actitudes son el producto de un entendimiento incompleto y parcial de quiénes somos y cuál es nuestra relación con la vida. Parece que no comprendemos qué es lo que estamos haciendo aquí y cómo encajamos dentro del esquema total. Nuestra filosofía de la vida es dualista en la cual nos consideramos separados de la realidad y por tanto con el derecho de explotar uno al otro y a todo lo demás que nos rodea.
No entendemos que somos una parte integral e indivisible de todo lo que existe, y que la vida no nos pertenece, sino que pertenecemos a la vida. Lo que falta es una visión global y completa de la existencia que podrá orientar tanto nuestras actitudes como nuestras acciones en todas las fases de la vida cotidiana.
El principio primordial del universo es que precisamente una unidad total indivisible y que todo es interrelacionado e interdependiente. No existen relaciones lineales; todo efecto es a la vez una causa en el tejido natural de la interdependencia.
Las implicaciones de esto son trascendentales. Si la vida es, entonces, una totalidad y herimos cualquier componente de ella, no estaríamos haciendo daño a todas las otras partes incluyendo a nosotros mismos? Indudablemente, es así. Por qué es, entonces, que nosotros persistimos en subdividir todo y considerar sus partes como separadas unas de las otras? Por qué, entonces, tienen nuestras acciones que ser tan llenas de violencia, odio y egoísmo?
Si el hombre va a sobrevivir en este planeta tendrá que cambiar. Los riesgos aumentan más cada día. A esto, cuál es la solución? Lo esencial sería incorporar estos principios en nuestra conciencia y traducir a la acción.
A nivel práctico, la filosofía del desarrollo integral es una forma de expresar y aplicar concretamente la visión global de la vida. Podremos decir que la filosofía del desarrollo integral es la expresión externa de esta visión. Ella implica una condición de armonía y balance entre todas las partes y de las partes con la totalidad. Esto se refiere no solamente a los diferentes aspectos internos del hombre y su evolución personal, sino también a las relaciones entre los seres humanos y a todo lo que nos rodea. Implica también una armonización de lo espiritual con lo material.
Reconociendo la necesidad de promover, difundir y aplicar estos principios, el Instituto Dominicano de Desarrollo Integral, Inc. (IDDI), una institución privada, dominicana y sin fines de lucro, fue creado con un reto inmediato: formular políticas de desarrollo integral, difundir éstas y aplicarlas a favor de la sociedad dominicana en general, pero en particular a las grandes masas empobrecidas.
El IDDI fundamenta sus actividades en los siguientes principios:
- Una visión global e integral de la vida.
- Una preocupación respecto a la estructura de igualdad que promueve la autonomía y la autosuficiencia de diversas entidades.
- Un énfasis en la participación y la autogestión.
- Acentuar la importancia de las condiciones locales y el valor de la diversidad.
El IDDI considera que el ser humano como individuo, como un miembro de la comunidad y de la sociedad, es un ser completo y debe ser tratado como tal. Nuestras necesidades en la vida son multidimensionales e indivisibles. Entre éstas tenemos cobijo, alimentación, salud, educación, recreación y una oportunidad de autorealización de su potencial como un ser espiritual.
El concepto del autodesarrollo y autorealización es fundamental para el IDDI. Cada uno de nosotros debemos ser permitidos de decidir nuestro propio destino. De esta forma tendríamos la oportunidad de aprender y crecer y de lograr esa autodignidad que es un derecho concedido por Dios a cada ser humano.