Cada ser humano posee una serie de valores que expresamos constantemente en nuestro diario vivir. Estos se expresan en formas múltiples, tanto en el trato con uno mismo como con los demás. Si somos encerrados y egoístas eso se manifiesta en una actitud de rigidez hacia adentro y hacia afuera también afectando nuestro comportamiento en todos los sentidos. A la vez, lo mismo ocurre con todas las otras formas de expresión que poseemos: compasión, rencor, celo, tolerancia, envidia, etc. Eso no es difícil de entender. Lo que sí no comprendemos con facilidad es que cuando expresamos valores que se manifiestan en actitudes eso no solamente se convierten en nuestras propias acciones en si, sino que eso es lo que percibimos en los demás. Si poseemos amor eso es lo que vemos porque uno ve lo que uno tiene y lo que uno es. La otra cara seria que uno no puede ver lo que uno no posee.
Ese mundo que percibimos se convierte en nuestra realidad diaria ya que reaccionamos frente a lo que creemos que existe allí y eso condiciona nuestro comportamiento, nuestras actitudes y acciones, etc. Inclusive, es claro que los demás reaccionan luego a nuestras percepciones condicionando aún mas nuestra realidad, una situación reforzando la otra. En conclusión, somos lo que percibimos y percibimos lo que somos.
Sin embargo, el reto allí no se acaba ya que el ser humano sí puede elegir lo que quiere ver y por tanto que realidad es que desea vivir. De hecho, solamente existen dos juegos de valores: uno que se basa en el amor y el otro en el miedo. El amor es el respeto de todo lo que existe, implica la tolerancia, compasión y bondad. Es el reconocimiento del derecho de toda existencia de existir, de la auto-determinación y del reconocimiento de la unidad fundamental de todo lo que es. El amor permite la libre expresión de todo; en si, es sinónimo con lo que es la libertad en todos sus sentidos, tanto individual como colectivo. Es libertad de ataduras, de miedo, de rencores, de amenazas reales o percibidos. Es el reconocimiento de la eternidad de la vida. Es seguridad total.
El miedo, sin embargo, es el producto exclusivamente del pasado ya que es la acumulación de todas nuestras inseguridades y lo negativo que nos ha sucedido. Es una ilusión creada por el ego (que se cree falible) y, por tanto, es relativa, no absoluta; oscurece nuestra visión del mundo creando una nube que nos impide ver lo que realmente existe. Es un sentimiento que si nos detenemos un poco a reflexionar, nos damos cuenta que es lo que a mucho de nosotros nos dirige, nos orienta y nos controla. Los constantes juicios que emitimos se derivan de esta emoción que no tiene, ni nunca podrá tener, lógica. El miedo nos aísla de nosotros mismos, de los demás y de la realidad en que vivimos inundándonos cada día mas en un espiral descendiente descontrolada.
Entonces, si somos lo que percibimos y percibimos lo que somos, tenemos una decisión que tomar. Seguimos inseguros, con miedo de fracasar, del futuro, de los demás, de nosotros mismos o rompemos las cadenas que nos impide vivir el momento, espontáneos, libres y sin ataduras.
La vida es mas que sobrevivir. No podemos dejar que el pasado condicione el presente determinando así nuestro futuro. Somos capaces de tomar esa decisión de ver lo que queremos percibir: por un lado miedo, rencor, celo, ansiedad, tensión o, por el otro, amor, compasión y bondad. Es mas sencillo de lo que aparenta. Es una realidad o la otra.