Verdaderamente estamos viviendo en tiempos de mucha trascendencia. De eso no debe haber la mas mínima duda. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos evidencia que esta civilización está atravesando por una de las épocas de mayores transformaciones en la historia de la humanidad. Sociedades enteras están en crisis: hay revueltas políticas, religiosas y sociales, cuestionamientos profundos y violentos de los valores que han sido aceptados por siglos, guerras civiles y revoluciones armadas, estructuras enteras desmantelándose, pronósticos científicos (bien fundados) de cambios radicales en el clima del planeta, surgimiento de movimientos profundamente religiosos y nacionalistas, trastornos de todo tipo en una escala sumamente impresionante.
Tenemos una crisis de valores y de principios que sacude hasta los mismos cimientos de la sociedad y que tiene sus repercusiones y consecuencias a todos los niveles. Un resumen breve de los conflictos que nos agobian resalta las proporciones de la crisis. Se puede decir que estamos sufriendo de tres dilemas interrelacionados sintetizados en lo siguiente:
• El hombre contra el hombre,
• El hombre contra la naturaleza,
• El hombre contra el mañana.
La más explosiva de estas divisiones es la del hombre contra el prójimo, una actitud caracterizada por los conflictos ideológicos, religiosos, culturales, sociales, sexuales y económicos. Las consecuencias son demasiado numerosas para detallarlas aquí, pero nada más con un vistazo al periódico cada día, uno puede palpar la situación destructiva en que vive el mundo.
A la vez sufrimos de otra división que es igualmente destructiva y potencialmente más peligrosa porque sus efectos no se sienten de manera repentina, sino lentamente y hasta que no estalle completamente no nos damos cuenta de la catástrofe que hemos producido. Esa división es la del hombre contra la naturaleza.
Primordial en este problema es el aumento geométrico de la población mundial que requiere comida, agua, energía, espacio físico, etc. para sobrevivir. Sin embargo, las exigencias materiales, económicas y tecnológicas de una población en crecimiento descontrolado son cada día más intolerables, ya que nos estamos acercando a ciertos límites de capacidad ecológicos de sostener la vida misma. Por otro lado, el hombre está acelerando la destrucción, casi sin control, de varias especies de animales, de ciertas fuentes químicas de la vida misma, de la vegetación, de los bosques, de los paisajes bellos que han sido inspiradores de tantas alegrías, imaginación y creatividad.
Esta violación ciega de los recursos del planeta para satisfacer nuestros antojos del momento enfatiza el conflicto entre el presente y la vida de futuras generaciones. Como nunca antes nuestra preocupación con el futuro debe ser de inmensa urgencia y relevancia por las consecuencias en el mañana de nuestras acciones de hoy, que son en gran medida irreversibles. Lo más inquietante es que será de las generaciones que aún no han nacido, mismas que tendrán que sufrir las consecuencias de decisiones en las cuales no han participado.
Estas divisiones y conflictos han existido, en cierto sentido, desde que el hombre habitó la tierra por primera vez, pero hay una diferencia que distingue la presente situación de las del pasado. Por primera vez en la historia, el hombre tiene la capacidad no solamente de la autodestrucción total, sino también de destruir el mismo planeta. Estos conflictos ahora son de escala global. Pueden ser conflictos militares, económicos o sociales, disputando los recursos de la tierra, su distribución, patrones de intercambio internacional, control de la tecnología, etc., pero son globales en escala y esto en sí exige una solución urgente.
Puede ser útil resumir este cambio de filosofía en la adopción de dos éticas de vida que son: la Ética Ecológica y la Ética de Autorealización.
La Ética Ecológica representa una identificación total del hombre con todo lo que le rodea, entendiendo que él es parte del todo y que si abusa de su medio ambiente, él se está haciendo daño a sí mismo. El hombre no existe como entidad independiente de las leyes naturales; él es parte integral del todo. Tenemos que actuar como socios compañeros con la biosfera protegiendo los sistemas complejos de vida que sostienen el planeta, utilizando los recursos con sabiduría, modificando las relaciones ecológicas inteligentemente, reestableciendo mecanismos de reciclamiento en armonía con los sistemas naturales y dirigiéndonos hacia una nueva sociedad en equilibrio con las leyes naturales del planeta. El compromiso de nuestra civilización con la Ética Ecológica determinará si este mundo se mantendrá habitable.
La Ética de Autorealización implica que la meta de toda experiencia humana es la autorealización individual y el desarrollo evolucionarlo de conciencia de la raza humana. Tal como nosotros mismos deseamos nuestra propia autorealización debemos permitir que todo ser viviente se autorealice también. Esto fomenta la compasión, la tolerancia y la comprensión hacia nuestros hermanos, a la vez eliminando la alienación y la ansiedad en que vivimos casi todos. Estas dos éticas que enfatizan la identificación del hombre con la naturaleza y la autorealización de cada hombre no son conflictivas sino complementarias.
Es importante recordar que es precisamente en tiempos de crisis agudas que cambios profundos son posibles, sean buenos o malos. Tenemos que aprovechar esta oportunidad para crear una nueva era porque de lo contrario, las consecuencias serán catastróficas.