En una época como es la del presente y dado los problemas cotidianos graves que nos amenazan (desde la devaluación descontrolada de nuestra moneda y aumentos antojadizos en el costo de la vida, hasta la disminución del poder adquisitivo del pueblo dominicano y la escasez de artículos de primera necesidad, tales como la leche, el pan, la harina, el gas propano, la salsa de tomate, etc., además del deterioro de los servicios de suministro de agua potable y la energía eléctrica), es natural reflexionar en lo que está sucediendo y qué se puede hacer para resolver esta situación desesperante.
No importa donde uno mire o busque, lo único que se encuentra son opiniones contradictorias y muchas veces sin fundamentos. Las soluciones propuestas son en gran medida inmediatitas y superficiales y nos faltan planeamientos coherentes, realistas y dominicanos. La impresión que uno tiene es que todo lo que está ocurriendo es nada más que una serie de maniobras políticas llevadas a cabo por una serie de personas cuyos intereses parecen ser muy cuestionables, por no decir egoístas.
Lo que es peor es que los programas que están implementándose son basados en modelos económicos tomados de otros países que tienen un tejido socioeconómico, cultural y político muy diferente al nuestro (como si estas cosas pudieran ser trasplantadas de un lugar a otro con una varita mágica).
Al mismo tiempo, algunos de estos modelos han sido fracasos rotundos en esos países o han beneficiado únicamente a una minoría reducida de la población. Entre estos (que a veces no son más que estrategias de los ricos para hacerse más ricos sin importarles las consecuencias) tenemos el “famoso” modelo del desarrollo turístico, el modelo de la zona franca, el modelo de una economía orientada hacia la exportación y así sucesivamente; cada uno teniendo resultados cuestionables en oros países donde han sido utilizados como la panacea de sus problemas socioeconómicos. Quizás lo más desconcertante es la falta de iniciativa ( o mejor dicho, interés) de parte de los que se supone son los líderes de la sociedad dominicana, en su sentido amplio, de buscar soluciones alternas viables a los problemas que se agravan diariamente.
Para poder responder a esta situación crítica antes de que se nos vaya de la mano, habrá que reorientar y basar nuestras políticas de desarrollo en una serie de lineamientos, que son:
- Nuestras políticas tienen que basarse en una visión más a largo plazo y no sencillamente responder a presiones temporales o inmediatas.
- Nuestras políticas deben obedecer a un proceso de planificación bien depurado y no basarse únicamente en las opiniones o antojos de una sola persona, institución o gobierno.
- Las políticas deben tomarse en cuenta, de una forma real y seria, las necesidades y aspiraciones de la población entera y no solamente de este sector poderoso y privilegiado.
- Es imprescindible asegurar que estas políticas de desarrollo no obedezcan únicamente a consideraciones económicas, ya que tienen que contemplar los aspectos sociales, culturales y ecológicos que tan frecuentemente son ignorados.
- Se debe empezar a concentrar en programas de menor escala, que tienen mejores oportunidades de llegar a ese estrato poblacional de escasos recursos. Además, son precisamente esos programas los que son accesibles a esa población.
- Es necesario implementar más programas que requieren menos inversión de capital, para así poder usar mejor lo poco que tenemos.
- Se debe utilizar en lo máximo los recursos financieros, humanos y materiales nacionales, por varias razones. Entre estas está la necesidad de no agravar nuestra deuda externa, ya que nos hemos convertido en un exportador de divisas. Otra es la necesidad de capacitar a nuestro propio pueblo para que pueda manejar la situación nacional y no crear una dependencia en fuentes extranjeras que siempre están sujetas a limitaciones fuera de nuestro control.
- Las políticas económicas deben enfatizar programas que requieran mano de obra intensiva, proveyendo empleo a más personas, a veces con menos inversión de capital.
- Quizás la recomendación más importante es nuestro deber de permitir un proceso participativo amplio en la toma de decisiones y la ejecución de éstas a un nivel práctico. O sea, que de hecho (y no solamente de palabra) este país sea una democracia representativa.
Obviamente, esta recomendación es la más difícil de aceptar por algunos sectores, dada la situación reinante de desconfianza y fragmentación. Sin embargo, y a largo plazo, es la única forma de construir una sociedad sana y madura, capaz de llevarnos al próximo siglo.
Estas y otras recomendaciones sobre políticas económicas a adoptar no necesariamente implican negar los programas exitosos actuales, ya que sobretodo es necesario ser pragmático y no dogmático en la aplicación de estas medidas.
La flexibilidad es una virtud, pero tiene que ser utilizada equilibradamente y de acuerdo a nuestra situación nacional en términos sociales, económicos, culturales, políticos y ecológicos.
También debe ser enfatizado que al promover soluciones dominicanas a problemas dominicanos, esto no implica aislarnos de las muy ricas experiencias que hay que aprender y asimilar a nivel internacional. El mundo, obviamente, está convirtiéndose más y más en una comunidad global.
En resumen, los reajustes son inevitables y necesarios. Van a requerir de sacrificios por parte de todos nosotros, especialmente los más acomodados.
Ellos, sin embargo, siempre han vivido más allá de sus necesidades, en detrimento de los que apenas sobreviven. El poder y las riquezas no son abandonados fácilmente o sin resistencia cualesquiera que ésta sea.
Los patrones viejos nunca mueren sin dolor, pero antes de construir una nueva casa, es necesario derrumbar la vieja.